Viviendo el discipulado cristiano

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«Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23).

«Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14:27).

Una introducción sobre el discipulado cristiano, escrito en forma bosquejada para que el usuario pueda ampliar la información, disponerla, y utilizarla para edificación personal o grupal. 

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Jesús dijo: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). 

1. EL SIGNIFICADO, REFERENCIAS Y OBJETIVOS

Discípulo significa: El que aprende y sigue al maestro.

– En el sentido cristiano existe una gran diferencia entre ser alumno y ser discípulo. El alumno aprende sólo la teoría y no necesariamente observa al maestro como el modelo para seguir o imitar. En cambio, el discípulo de Jesucristo aprende del Maestro, no solamente de sus enseñanzas, sino además de su ejemplo de vida, procurando seguirle, hasta conseguir ser como él. Este es, precisamente, el concepto bíblico de aprendizaje, o discipulado cristiano. Fue la indicación del apóstol Pedro para todos los cristianos, acerca de Jesús el Maestro: «Dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas» (1 P. 2:21).

Cristiano significa: Seguidor de Cristo.

– Jesús es nuestro Maestro, de quien debemos aprender y a quien debemos seguir: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). Aquel que se llame cristiano, pero no siga al maestro Jesucristo, está incurriendo en una grave contradicción personal… Seguir a Jesucristo significa aprender de Él, de su persona y obra, y reproducir en la práctica diaria su propio ejemplo de vida.

Discipulado cristiano significa: proceso de aprendizaje, en el cual todo cristiano fiel recibe las enseñanzas de Cristo, además de tener presente su modelo de vida para poder imitarle. Este ejemplo se halla principalmente en los 4 evangelios. Jesús dijo: «Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:15).

– El discipulado cristiano conlleva crecimiento espiritual: desarrollo, cambio, progreso, madurez, transformación… Todas estas son palabras asociadas al proceso de aprendizaje que el discípulo (seguidor de Cristo) experimenta en su vida cristiana, teniendo como referencia al maestro Jesucristo, y haciendo que la propia vida personal sea moldeada a su imagen.

2. JESUCRISTO, SU PERSONA Y OBRA: REFERENCIAS VITALES

«No cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hechos 5:42).

– Los primeros discípulos no tenían otra referencia de predicación y enseñanza que no fuera Jesucristo: su persona, su obra, sus acciones y su mensaje.

– Todo aquel que desee seguir a Jesucristo, pues, habrá de conocer y mantener una compresión adecuada de las diferentes enseñanzas que abarcan la vida, muerte, resurrección, y segunda Venida:

1. La 1ª Venida (Jesús se despojó de su gloria, en un extraordinario acto de humillación). «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Jn. 1:14). – El Maestro vino a este mundo en decisión propia, y con un propósito determinado. De la misma manera el discípulo ha de tomar la decisión de llevar a cabo el propósito general de Dios para su vida.

2. Su modelo de vida y enseñanza (es importante lo que dijo, pero también lo que hizo. El Maestro dejó un modelo práctico de vida, para que aprendamos de él). «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 P. 2:21). – Hemos de aprender de la manera que Cristo vivió, e imitar su ejemplo de vida.

3. Su muerte en la cruz (un maestro bondadoso, que se entregó por todos nosotros). «Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro. 5:8). – La muerte de Cristo, sin duda alguna, es un acto de amor y entrega hacia los demás, del cuál deberíamos tomar nota. «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he amado» (Ju 13:34).

4. La resurrección de Cristo (no tenemos un maestro muerto). «Resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1 Co. 15:4). – La resurrección de Jesucristo es la base de nuestra esperanza. Y no es el poder de nuestras fuerzas el que nos permite avanzar en la vida cristiana, sino en todo caso el poder de su resurrección (Fil. 3:10).

5. Su mediador e intercesión (tenemos hoy un maestro vivo y activo). «Viviendo siempre para interceder por ellos» (He. 7:25). – En cuanto a la salvación, Cristo es el mediador entre Dios y los hombres. Pero una vez salvos, también intercede por los cristianos de forma constante. De manera que nuestra buena relación con Dios, sólo es posible a través de la intermediación de Cristo… Y, aunque no de la misma forma, también los cristianos hemos de interceder los unos por los otros, y por este mundo perdido.

6. Su mensaje: el Evangelio (el mensaje que el Maestro predicó, es el mismo que ha de predicar su discípulo). Jesús comenzó su ministerio predicando: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio» (Marcos 1:15). – Por este motivo, el mensaje de la salvación ha de permanecer claro en la mente del discípulo, para poder proclamarlo a los demás.

7. La 2ª Venida (el Maestro regresará para buscar a sus discípulos). «He aquí yo vengo pronto» (Ap. 22:12). – El regreso de Jesucristo provee de esperanza y consuelo a aquel que procure seguirle con fidelidad. Por tanto, el sentido de inminencia, sobre la venida del Maestro, debe impregnar el mensaje de todos sus discípulos.

Visto estos aspectos esenciales acerca del Maestro Jesucristo, sus discípulos deben tener bien integradas las enseñanzas centrales, comprendidas entre su primera y segunda venida.

3. LAS TRES DIMENSIONES DE LA REDENCIÓN

«Reconciliados con Dios» (Romanos 5:10). Tres estados consecuentes a la reconciliación con Dios:

A. Salvación (aspecto pasado): Comprende la conversión a Dios, la liberación del infierno y del poder del pecado, así como el nacimiento espiritual. En este aspecto pasado, es donde recibimos la nueva vida en Cristo: «Nos salvó» (Tit. 3:5).
B. Santificación (aspecto presente): Vivimos separados del pecado para el servicio exclusivo del Maestro, en sujeción a la perfecta voluntad de Dios. Implica obediencia, crecimiento, y la resultante madurez espiritual. «La voluntad de Dios es vuestra santificación» (1 Tes. 4:3).
C. Glorificación (aspecto futuro): Contempla el regreso del Maestro, y el estado de eternidad. La futura y completa glorificación de los hijos de Dios, a la imagen de Cristo, será entonces efectuada. Por este motivo el discípulo de Cristo ha de vivir con una clara perspectiva de eternidad. «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Co. 3:2).

– Si bien el discipulado cristiano basa su aprendizaje teniendo en cuenta estos tres aspectos mencionados, no obstante el discipulado se centra más bien en el aspecto práctico del presente, es decir, en la santificación de la vida cristiana.

4. OBJETIVOS DEL DISCIPULADO

El propósito de ser discípulo de Cristo es:

1.- Conocer al Maestro, su doctrina y ejemplo. Para seguir al Maestro Jesucristo hay que conocerlo. Y para conocerlo es preciso leer acerca de su vida, meditar en sus enseñanzas, y contemplar su ejemplo (toda la Biblia nos habla de Jesucristo, y en especial el Nuevo Testamento).
2.- Desarrollar el carácter del Maestro. Son aquellos rasgos de su carácter moral, actitudes, formas de trato con los demás, reacciones, etc.
3.- Obedecer a la Palabra del Maestro. Significa conocer, aprender y seguir sus enseñanzas, registradas éstas en la Biblia: la Palabra de Dios.
4.- Adorar y servir al Maestro. Es lograr una permanente actitud de reconocimiento de su persona y obra, que a la vez se manifieste en una vida de agradecimiento práctico.
5.- Crecer espiritualmente. La vida espiritual activa siempre resulta en crecimiento personal. El cristiano crece o se estanca, no hay término medio.
6.- Santificarse. La evolución del discípulo de Cristo conlleva un cambio favorable, en el cual se despoja de los hábitos pasados (costumbres impropias), y procura no darle lugar al pecado.
7.- Desarrollar los dones concedidos por el Espíritu Santo. El discípulo posee capacidades dadas por Dios, y son las que ha de utilizar, con buena disposición, par la obra del ministerio.
8.- Obtener un ministerio más eficaz. El discípulo no se conforma con la mediocridad cristiana, sino que en todo ha de buscar la excelencia, con la ayuda y el poder del Espíritu Santo.
9.- Adquirir madurez espiritual. Alcanzar la madurez espiritual es uno del los objetivos centrados en la persona: en el ser interior. Sabemos que cuando uno se convierte en adulto, ya no piensa igual que cuando era un niño; no habla de la misma forma, y al tiempo logra comprender la vida con mayor discernimiento. Por ello, el discipulado conlleva una evolución progresiva.

5. JESUCRISTO: EL GRAN MAESTRO

El Señor Jesús dejó un ejemplo para todo discípulo suyo, con el objeto de que pueda seguirle, aprender de Él, e imitarle en su forma de vida:

«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt. 11:29).

– La invitación del Maestro (aprended de mí) sigue siendo vigente para nuestros días. Si nos fijamos bien en el llamamiento, en primer lugar no está encaminado a llenarse de ocupaciones cristianas, responsabilidades bíblicas, o quehaceres eclesiásticos (que soy, dijo el Señor Jesús)… Muchos entienden la vida cristiana en términos de lo que debemos hacer, y se olvidan del ser interior: lo que Dios hace en nosotros y a través de nosotros. Al mismo tiempo nos olvidamos de que lo más importante es el «ser», que no tanto el «hacer». El «hacer» es siempre resultado natural del «ser», y no al revés. Por ello el énfasis radica siempre en mantener buena relación con Dios. De todas formas la obra es del Señor y no nuestra. Igualmente, las acciones de Jesucristo denotaron principalmente dos virtudes esenciales, que necesariamente se han de reflejar en todo discípulo suyo: la mansedumbre y la humildad. De manera que las obras revestidas de humildad y mansedumbre en el seguidor de Cristo, darán buena cuenta de que el proceso de aprendizaje está en marcha, y que el discipulado se muestra verdaderamente efectivo.

– Todo cristiano que desee hacer honor a su distinguida posición, no debería de encontrar en Jesucristo solamente un profesor de quien aprender, sino principalmente un Maestro a quien fielmente seguir. «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 Jn. 2:6). Esta firme declaración bíblica, nos lleva a plantear las siguientes preguntas: ¿Cómo anduvo Jesús? ¿Cuál fue su ejemplo de vida? ¿Qué significó para nosotros el testimonio práctico de sus propias acciones?

– El modelo de vida ejemplar que Jesucristo presentó, fue minuciosamente recopilado por sus discípulos y seguidamente plasmado por inspiración divina en las Sagradas Escrituras. Así, los autores bíblicos no redactaron solamente lo que Jesús enseñó, sino que también lograron registrar lo que hizo, con el propósito añadido de que todo cristiano pudiera imitarle en la relación de Maestro–discípulo: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos» (Juan 8:32).

Ejemplo como el buen pastor. Observamos su ejemplo: de amor a Dios y al prójimo, de misericordia, de consejería, de tolerancia, de espíritu comunitario. Ejemplo como maestro. Modelo de enseñanza, de evangelización, de amor a la Palabra, de sabiduría, de autoridad. Ejemplo como siervo de Dios. Ejemplo de entrega, de compromiso, de abnegación, de humildad. Ejemplo como Hijo obediente. Observamos su modelo de consagración, de integridad, de santidad. Ejemplo como hombre espiritual. Ejemplo de espiritualidad, de oración, de fe, de sensibilidad. Ejemplo como siervo sufriente. Observamos su modelo de sencillez, de valentía, de discreción, de sufrimiento. Todos estos son una pequeña muestra del los muchos ejemplos que encontramos en la vida y obra de Jesús.

«Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:15).

6. REQUISITOS PARA SER DISCÍPULO DE JESUCRISTO

Jesucristo es nuestro Salvador, pero ha de ser también nuestro Señor.

«El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (Mt. 10:37-39).

«Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc. 9:23). «Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:27).

«Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:33).

Para ser discípulo de Cristo hay que pagar un precio: la propia vida.

– Entendamos bien el concepto aquí expuesto. El Maestro exige que todo discípulo suyo le otorgue el primer lugar en su vida. La entrega del corazón y circunstancias debe ser completa. Y con tal disposición, ha de tomar la decisión de renunciar a sus intereses personales, familiares, económicos, eclesiales, etc., para seguir a Cristo en todo lo que Él mande, pagando así el precio de convertirse en su discípulo (es la mayor aventura que un cristiano pueda vivir). El concepto se resume en buscar primero el reino de Dios, antes que nuestro reino personal: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia» (Mt. 6:33)

– Pese a que la palabra discipulado está asociada con disciplina, el Maestro afirmó que: «mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mt. 11.30). Es verdad, el discípulo está sometido a un yugo, pero sin embargo al estar unido al Maestro, éste se sobrelleva con facilidad. Y es cierto que ha de soportar una carga, y a veces muy pesada, pero al tiempo ésta le resulta ligera, porque a saber… el mayor peso lo lleva el Maestro.

– Consideremos además todas las bendiciones recibidas (materiales y espirituales), porque en ningún caso seguir a Jesús se convierte en compromiso fastidioso. Parece ser al revés, pues servir a Dios, como a los demás, constituye una experiencia satisfactoria, e igualmente incluye el significado práctico de la vida cristiana.

7. LA MOTIVACIÓN CORRECTA

EL AMOR DE DIOS: EL AMOR A DIOS Y EL AMOR A LOS DEMÁS

«Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Romanos 5:5).

– Todo en la vida tiene una razón de ser, y mucho más si hablamos de servicio desinteresado a Dios y a los demás. ¿Por qué tomar la decisión de seguir a Jesucristo? ¿Por qué renunciar a nuestra propia vida, a nuestros propios deseos? Aquí hacemos bien en aclarar toda motivación interior, para no desviar nuestro camino en la vida cristiana.

Somos discípulos de Cristo «no» para:
– Alcanzar la salvación.
– Conseguir el favor de Dios (la gracia no es meritoria).
– Ser mejores que los demás.
– Cumplir una obligación religiosa.
– Obtener un cargo eclesial.

Somos discípulos de Cristo «por»:
– Agradecimiento por la salvación recibida (su amor hacia nosotros).
– Su gracia siempre presente.
– Su paciencia para con nosotros.
– Su cuidado y protección.
– Su herencia prometida, etc.

El amor de Dios nos impulsa a amar a los demás: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35).

8. LA FINALIDAD ESENCIAL DEL DISCÍPULO

ADORACIÓN, SERVICIO Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL (objetivos destacados)

– Por sobre todas las cosas, la labor del cristiano es adorar a Dios con mayor conocimiento, y servirle cada día con más excelencia: «Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás» (Mt. 4:10).

A. LA ADORACIÓN A DIOS

«Los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren» (Juan 4:24).

– La adoración de Dios: La adoración es una actitud: de reconocimiento, gratitud, alabanza y entrega personal. Es, en primer término, reconocer los atributos de Dios, y su buen hacer. Reconocemos quién es Él y qué ha hecho por nosotros (su propio ser, y también su obra). «El Padre tales adoradores busca que le adoren» (Jn. 4:23).
– Todo fue creado para su gloria: La obediencia a Dios y el testimonio práctico de nuestra vida como discípulos, tiene un propósito claro: «Para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef. 1:6).
– El discipulado posee un carácter teo-céntrico: Todo ha de contribuir al reconocimiento de Dios (de sus atributos) y de sus acciones. En todas las cosas Dios es el motivo y la finalidad. «Al Dios y Padre nuestro sea gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Fil. 4:20).
– La gratitud: La expresión de reconocimiento a Dios, se traduce en gratitud: por lo que Dios es y por lo que ha hecho, está haciendo, y sabemos que hará. «Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre» (Ef. 5:20).

El objetivo del discipulado es glorificar a Dios por medio de nuestros labios, así como de nuestra vida.

B. EL SERVICIO CRISTIANO

«Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Marcos 10:45).

– El amor cristiano resulta siempre práctico, y necesariamente habrá de reflejarse en nuestro servicio hacia los demás. No puede ser de otra manera, pues así lo enseño el Maestro:

«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí» (Mt. 25:35-37). «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mt. 25:40).

– Servir a Dios es servir a Jesucristo, y servir a Jesucristo indudablemente es también servir a nuestro prójimo.

Todo aquel que pasa por nuestra vida y requiere de nuestra ayuda, ya sea por mucho tiempo o por unos pocos minutos, constituirá en sí mismo una prueba (un examen), esto es, la oportunidad de servicio donde, en cualquier caso, se pondrá de manifiesto nuestro grado de seguimiento a Jesucristo.

C. EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL (objetivo en cuanto a nosotros)

«Ocupaos en vuestra salvación» (Fil. 2:12).

– Dios está interesado principalmente en nosotros, y su gran deseo es ver a todo hijo suyo progresar en el desarrollo de su crecimiento espiritual. El creyente recién nacido tiene como meta inicial crecer y madurar espiritualmente. «Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 P. 3:18).

– Ahora, al igual que en la conversión, el proceso de santificación no se debe especialmente a nuestros esfuerzos personales. La intervención divina, por la acción santificadora del Espíritu Santo en el corazón humano, juega un papel decisivo. Solamente Dios es capaz de producir el provechoso crecimiento cristiano, como cita Colosenses 2:19. Luego, en la medida que estamos más conectados con Dios, la naturaleza caída va teniendo menos empuje, y su influencia por lo tanto irá decreciendo. En ningún modo debe darse lugar al pecado, pues entorpece la buena relación con Dios, y el crecimiento cristiano por ende se verá paralizado.

– Sepamos, además, que todas las enseñanzas y promesas bíblicas que el cristiano permita integrar cada día en su mente y corazón, obrarán positivamente ayudándole a consolidar el «nuevo hombre» interior creado en Cristo Jesús (Ef. 4:24). Y, en la medida de su crecimiento, también irá adquiriendo una mayor comprensión de Dios, de sí mismo, y de las circunstancias que le rodean. Una visión cada vez más superior perpetrará su mente, y todo su ser se verá reforzado en sabiduría, madurez e integridad espiritual… La recomendación apostólica se dirige en esta misma dirección: «Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Ro. 12:2).

– Crecer espiritualmente: «Crece con el crecimiento que da Dios» (Col. 2:19).
– Prepararse  «A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:12).
– Formación del carácter de Cristo: «Hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gá. 4:19).

Objetivo del discipulado: Crecer espiritualmente, siendo a la vez transformados conforme a la imagen de Cristo en madurez, con el objeto de buscar la salvación de los perdidos, y la edificación del cuerpo de Cristo a través de nuestro ministerio.

9. LAS DOS ÁREAS DEL DISCIPULADO CRISTIANO

Hay dos enfoques importantes que hemos de considerar a la hora de abordar el tema del discipulado cristiano:

A. EL DISCIPULADO CELESTIAL

«Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir» (Is. 48:17).

– Este discipulado, o proceso de crecimiento espiritual, depende de la buena relación diaria con Dios y con su Palabra, e indudablemente dura toda la vida. «Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios» (Jn. 6:45). Dios nos enseña y nosotros aprendemos; de manera que la vida constituye una escuela en manos del Maestro supremo.

– El desarrollo espiritual en el discípulo, así como el proceso de madurez, es de carácter permanente y no tiene fin en esta vida. Al tiempo, la rapidez y calidad de este crecimiento, como es de suponer, dependerá en buena medida del discípulo: la comunión que mantenga con Dios, disposición del corazón, grado de entrega, dedicación, disciplina, etc.

– Por lo demás, la finalidad de todo cristiano consiste en llegar a ser como Jesús, reproduciendo su carácter virtuoso y calidad de vida humana. Así es, para imprimir los valores de Cristo en nuestro corazón, nos interesa conocer, aparte de sus enseñanzas, también su forma de proceder. Esto se consigue meditando en los evangelios acerca de la vida y ejemplo del Maestro, y conociendo su manera de hablar y de conducirse, así como sus reacciones, conducta, integridad, y demás cualidades… Reiteramos una vez más las palabras del apóstol Pedro: que Cristo nos dejó su ejemplo para que sigamos sus pisadas (1 P. 2:21).

«Porque uno es vuestro Maestro, el Cristo» (Mateo 23:8)

LOS CUATRO COMETIDOS QUE EL DISCÍPULO HA DE RECORDAR

Olvidarse de Dios y de su obra, fue el grave pecado del antiguo pueblo de Israel. «Porque te olvidaste del Dios de tu salvación, y no te acordaste de la roca de tu refugio» (Is. 17:10). Comprendemos que el hombre es olvidadizo por naturaleza, y por ello hacemos bien si mantenemos en la mente y corazón los contenidos básicos de nuestra salvación; de nuestra posición en Cristo, y de cuales sean las instrucciones esenciales de la voluntad de Dios para el cristiano (voluntad de Dios general y especial).

«Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos» (Pr. 3:1).

1º CONOCER Y COMUNICAR EL PLAN DE LA SALVACIÓN

El plan de la Salvación contiene los siguientes apartados, que todo discípulo de Cristo habrá de conocer bien.

Dios y su Revelación: La Biblia

a) La existencia de Dios. Para conocer la verdad absoluta, se hace necesario que el hombre crea en la existencia de Dios.
– Génesis 1 comienza con Dios mismo: su existencia y revelación.
– Éxodo 20 presenta la ley de Dios. Revela un código moral que refleja el carácter de Dios, y que a la vez todos hemos quebrantado.

b) La Biblia (2 Timoteo 3:16) es la Revelación de Dios escrita, donde hallamos su buena voluntad para con el ser humano.

El pecado y destino de la humanidad

a) Todos hemos pecado
Salmo 51:5. Isaías 53:6. Isaías 64:6. Marcos 7:21. Santiago 2:10, 5:12. Juan 1:8. «No hay justo ni aun uno… por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 10:1, 3:23).

b) Nuestro destino
Marcos 9:43,44/ Marcos 16:16/ Mateo 25:41/ Lucas 3:17/ Lucas 12:15/ 2 Tesalonicenses 1:8/ Judas 7/ Hebreos 10:27/ Apocalipsis 20:10,15; 21:8/ Hebreos 9:27. «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23).

La solución de Dios (Jesucristo)

a) Cristo murió por nosotros
1 Corintios 15:3/ Gálatas 1:4/ Lucas 24:46,47/ Hebreos 9:26,28; 10:12/ 1 Pedro 2:24; 3:18/ 1 Jn. 2:2. «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8).

b) Sólo cristo Salva
1 Timoteo 2:4/ Hechos 4:12; 10:43/ Juan 3:16/ Hechos 14:15/ Romanos 5:1/ 1 Timoteo 2:5 «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).

Lo que Dios pide del hombre

a) Arrepentimiento
Hechos 3:19/ Lucas 5:32/ 2 Pedro 3:9. «Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hechos 17:30).

b) Confesión de pecado
1 Juan 1:9/ Jeremías 29:13/ Juan.5:24. «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5).

c) Confianza en la obra de Dios a través de Cristo
Marcos 1:15/ Juan 3:36/ Juan 6:47. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan. 3:16).

d) Acudir a Dios, pues Cristo le invita
Isaías 1:18/ Juan 1:12/ Mateo 11:28. «Al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37).

La seguridad de la salvación

a) Adquirir seguridad de su salvación
1 Juan 5:13/ Romanos 8:38,39/ Juan 5:24. «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:27,28).

– Una vez tengamos claro el desarrollo ordenado del Plan de la Salvación, todo discípulo habrá de memorizar los textos bíblicos claves, con el objeto de estar preparado, y así presentar el Evangelio con sencillez, claridad y precisión, ante cualquier oportunidad que se le presente.

2º CONOCER Y RECORDAR LA NUEVA CONDICIÓN Y POSICIÓN EN CRISTO

– El cristiano es llamado hijo de Dios (Jn. 1:12); se ha reconciliado con Dios (Ro. 5:11); es poseedor de la vida eterna (1 Jn. 2:25); es sacerdote y rey (Jud. 6); es peregrino y extranjero en este mundo (He. 11:13); es heredero juntamente con Cristo (Ro. 8:17); ha obtenido el perdón de los pecados (Ef. 1:7); ha sido transformado por Dios (2 Co. 3:18); es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19); ha sido comprado por Dios y le pertenece a Él (1 Co. 6:20); es nueva criatura por el nacimiento espiritual (2 Co. 5:17); es reconocido como santo de Dios (2 Co. 13:13); ha sido redimido del castigo del pecado (Ro. 3:24); es un embajador del cielo (2 Co. 5:20); ha sido justificado delante de la Ley (Ro. 5:1); es oveja del rebaño y Jesús es su Pastor personal (Jn. 10:11). Y añadimos aquí un largo etcétera de calificativos, que el verdadero cristiano ha adquirido en su conversión a Dios.

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17).

– El discípulo de Cristo ha recibido una nueva naturaleza, y con ella una nueva y gloriosa identidad. Por lo tanto, se hace responsable en conocer cuáles sean sus nuevas credenciales, y así recordarlo en forma permanente, para en mayor conciencia poder adorar a Dios, y también servir a los demás con mayor dignidad.

3º CONOCER Y APLICAR LA VOLUNTAD GENERAL DE DIOS

– Nuestra relación con Dios se basa en escuchar su voz a través de su Palabra, y en hablarle a través de la oración. Son los dos pilares en los que se fundamenta nuestra buena y necesaria comunión con el Creador. Esta es la fórmula matemática: BIBLIA + ORACIÓN = ESPIRITU SANTO EN ACCIÓN

¿Qué es lo que Dios quiere de mí?

– Aborrecer el pecado y apartarme de él.
– Tener comunión con Dios.
– Ser agradecido, y alabarle.
– Leer la Biblia y orar con frecuencia.
– Tener comunión práctica con los hermanos.
– Servir en la medida de nuestras posibilidades.
– Poner los dones a disposición de la iglesia.
– Crecer y madurar espiritualmente.
– Dar testimonio verbal (evangelización) y ejemplar (vida práctica).
– Transmitir su Palabra: predicación y enseñanza.

4º CONOCER Y APLICAR LA VOLUNTAD ESPECIAL DE DIOS

¿Cuál será mi futuro? ¿Con quién me casaré? ¿Tiene Dios un empleo preparado para mí? ¿Cómo saberlo…? ¿Cuáles con las señales de parte de Dios para estar seguro de que cualquier decisión que tome es la correcta?

¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida?

«También los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo» (Ro. 8:29). Todos los cristianos tenemos un destino planificado por Dios desde antes de la fundación del mundo. Este destino incluye el lugar de nacimiento, familia, amigos, empleo, ministerio, pruebas, etc. El propósito final de todo ello es que dicho destino colabore con el fin último, que es ser hechos conforme a la imagen de Jesucristo.

«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mt. 6:33). El que busca primeramente el reino de Dios y su justicia, tiene cubiertas todas las necesidades para esta vida presente, porque Él buen Padre celestial las va a conceder por añadidura; no porque las merezcamos, en ninguna forma (es gracia abundante).

«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Ef. 2:10). El Todopoderoso tiene preparadas unas buenas obras para aquellos que han sido creados en Cristo Jesús (los cristianos). Estas obras fueron diseñadas por el mismo Dios con antelación a nuestro nacimiento, teniendo previsto además aquellas capacidades que íbamos a recibir, y también el don o dones espirituales que nos son otorgados en la conversión.

«Jehová cumplirá su propósito en mí» (Sal. 138:8). Esta, y no otra, era la convicción personal del salmista.

– Ciertamente Dios tiene un plan para cada hijo suyo; un proyecto de vida diseñado en la eternidad, que ha de ser llevado a cabo en esta vida temporal. Es de crucial importancia conocer su proyecto, y tener la tranquilidad de que estamos andando en el buen camino preparado por Él.

B. EL DISCIPULADO ECLESIAL

La gran comisión del Maestro fue: «Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mateo 28:19, 20).

– Es cierto que a veces el versículo se interpreta solamente aplicado a la evangelización. Pero, al Maestro no le interesa solamente la salvación del alma, sino también la salvación en este vida presente: «El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (Mt. 10:39). De manera contraria, la Gran comisión no sería proclamada con fidelidad al mensaje bíblico.

– «Id», y «haced», son términos que si bien apelan a nuestra responsabilidad cristiana, según los vocablos griegos utilizados en los originales, no constituyen mandamientos imperativos. Son más bien una encomienda que ya se da por hecho, es decir, lo que se supone debe hacer un discípulo: hacer otros discípulos… No es en ningún caso una imposición religiosa u obligación moral, que por otro lado se podría convertir en una carga, más que en un verdadero privilegio. Hacer discípulos es la labor mas preciosa y sublime que cualquier cristiano pueda realizar en este mundo.

– La expresión «haced discípulos» conlleva primero el anuncio del Evangelio a este mundo perdido, para que las personas reciban el perdón de pecados y la vida eterna. En segundo lugar, conlleva el discipulado, donde el convertido aprenderá cómo seguir al Maestro, recibiendo así la necesaria formación bíblica y doctrinal, para que aun teniendo vida eterna, el convertido no se pierda en esta vida presente. El versículo leído, por lo tanto, contiene estos dos aspectos mencionados, que están implícitos en la gran comisión del Maestro Jesucristo: Evangelización y discipulado.

– Evangelización: Comprende la transmisión del plan de la Salvación. «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro. 1:16).
– Discipulado: Imparte formación bíblica, esto es, formación para la vida y también para la eternidad: «Enseñándoles que guarden todas las cosas» (Mt. 28.20).

«La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros» (Colosenses 3:16).

– Aunque es cierto que el Espíritu Santo enseña directamente por medio de su Palabra, no perdamos de vista que también utiliza los dones que Él mismo ha determinado para la edificación de su Iglesia.

– En este sentido disciplinario, el recién convertido ha de obtener herramientas suficientes que recibirá de parte de otro hermano maduro (en el discipulado), para una vez terminado, pueda proseguir en los caminos del Señor con cierta autonomía; dependiendo siempre de la gracia divina, claro está. Este discipulado al que nos referimos puede durar de uno a tres años (dependiendo del tiempo y capacidad personal), donde en tal periodo el cristiano iniciado formará las bases doctrinales y éticas, para poder conocer y servir mejor a su Salvador, como también servir con sus dones a los demás. Y este proceso ha de estar motivado por un espíritu de amor y obediencia a Dios, en libertad y buena disposición; atendiendo siempre a la única autoridad suprema, que es la Santa Biblia.

– Tal discipulado realizado, en el entorno eclesial, posee un orden de elevada importancia para todo recién convertido, ya que el provechoso resultado marcará las huellas de su carácter moral y posterior modelo de vida. Este periodo de disciplina, definitivamente, formará el soporte donde seguidamente el discípulo de Cristo construirá el edificio de su madurez espiritual y estabilidad cristiana.

– Para realizar el discipulado referido, se puede utilizar como herramienta de guía un material didáctico adecuado, que nos explique en forma detallada la nueva vida en Cristo que hemos recibido. Éste se puede hallar en cualquier librería cristiana, o en Internet de forma gratuita. El discipulado ha de abordar temas como: la salvación; la nueva posición en Cristo; la seguridad de dicha salvación; nuestra relación con la Palabra; la importancia de la oración; la comunión diaria con Dios; el señorío de Cristo sobre nuestras vidas; la labor del Espíritu Santo; el significado del Evangelio y nuestro gran privilegio en compartirlo con los demás; el servicio a Dios y al prójimo; el desarrollo de nuestros dones; las ordenanzas de Jesucristo para con su iglesia; el modelo de Cristo; la santidad; nuestra relación con la iglesia; la administración como mayordomos de nuestra vida y economía; el regreso de Jesucristo; la eternidad; entre otros temas de orden básico, que guarden relación con la nueva vida en Cristo que hemos recibido…

RECOMENDACIONES PRÁCTICAS PARA EL DISCIPULADO ECLESIAL

He aquí algunas recomendaciones para el hermano responsable de discipular a otros (llamémosle discipulador):

El hermano responsable de discipular a otros está cumpliendo con la gran comisión del Maestro: «Id, y haced discípulos» (Mt. 28:19). Esta comisión es aplicable a todos los cristianos.

– Es preciso que el hermano discipulador (valga la expresión) tenga un testimonio de vida irreprochable. En esto, y por regla general, el discípulo no observará tanto lo que decimos como lo que hacemos, es decir, aprenderá de nuestro compromiso, espiritualidad, amor, entrega a Dios, y testimonio práctico hacia los demás. Y por otro lado, además, tendrá en cuenta los detalles prácticos en nuestro trato con él; un trato sincero, amable y cercano (una llamada telefónica, un obsequio personal de carácter espiritual o compartir alguna comida, pueden ser aspectos prácticos del amor cristiano.). Es muy importante nuestra actitud de motivación: estimulándole y animándole cada día, con fe y positivismo.

ACLARACIÓN: El discípulo no es propiedad del discipulador, sino de Jesucristo. Tampoco es su alumno, siervo, o ser de categoría inferior… Es como un hermano menor, que siendo propiedad de Dios, es puesto en sus manos para enseñarle los primeros pasos en la vida cristiana. No resulta conveniente actuar con el rol de profesor, sino de hermano mayor, aplicando familiaridad, cercanía, amor, humildad, y preocupación por su vida, que también por sus circunstancias personales.

TRES RECOMENDACIONES IMPORTANTES:

El hermano discipulador debe ser un ejemplo de vida: se aprende más con el ejemplo que con las palabras. «Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad» (Tito 2:7). Y algo en lo que no reparamos, es que se ha de ser extraordinariamente paciente y comprensivo con la naturaleza pecadora del discípulo: sus caídas, fallos, limitaciones… «Porque él conoce nuestra condición. Se acuerda de que somos polvo» (Sal. 103:14).

1º LA COMUNIÓN DIARIA CON DIOS

El hermano discipulador habrá de:

1. Enseñarle y motivarle a desarrollar la comunión con Dios, llevando a cabo un devocional diario – La relación personal con Dios es lo más importante. Por ello se ha de disponer diariamente, en un lugar a solas, como mínimo de 15-20 minutos de lectura bíblica devocional y oración, preferiblemente antes de los quehaceres diarios. «Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti» (Sal. 63:1).

2. Enseñarle y estimularle a leer la Biblia – Primero se recomienda la lectura de los libros más comprensibles, sobre todo el Nuevo Testamento: Evangelios, Romanos… Y también del Antiguo Testamento: Génesis, Salmos, Proverbios… Posteriormente puede seguir un programa de lectura completa de la Biblia, desde Génesis hasta El Apocalipsis. Es lo que recomienda el Salmo 1:2 «Y en su ley medita de día y de noche».

3. Enseñarle a orar y a ser agradecido con todas las bendiciones recibidas – El hermano discipulador ha de enseñar la práctica de la oración en la vida diaria. Buena medida es orar juntos durante el discipulado, y encontrar también otros momentos para orar por situaciones específicas. «Mas la oración de los rectos es su gozo» (Pr. 15:8). Sin olvidarnos el espíritu de agradecimiento en toda oración a Dios.

2º EL TESTIMONIO CRISTIANO

El hermano discipulador habrá de:

1. Enseñarle a evangelizar

– Ayudarle a elaborar por escrito su propio testimonio, y aprender a compartirlo.
– Memorizar textos bíblicos claves, para poder comunicar el Evangelio.
– Enseñarle a comprender y comunicar el plan de la Salvación.
– Ayudarle a perder los miedos. Es recomendable acompañarle en sus primeros pasos.
– Animarle a buscar la oportunidad para compartir su fe (amigos, conocidos, vecinos, compañeros de trabajo) de forma natural. «Y tú ve, y anuncia el reino de Dios» (Lc. 9:60).

2. Enseñarle aspectos primordiales sobre la ética bíblica

– En relación al matrimonio, padres, hijos, profesión, economía: aspectos domésticos y prácticos.
– Abordar cuestiones prácticas de la vida cotidiana, y también del funcionamiento de la iglesia donde se halle congregado.
– El vocabulario idóneo: Es preciso que vaya incorporando un vocabulario digno y consecuente con su identidad cristiana, y con la posición como creyente en Cristo. El lenguaje vulgar del mundo ha de quedar desterrado. «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena, para la necesaria edificación del oyente» (Ef. 4:29).

3º LA PREPARACIÓN BÍBLICA Y TEOLÓGICA

La iglesia debe proveerle de:

1. Un programa de discipulado semanal (ver el programa de discipulado básico)

– Reservar un tiempo determinado semanal (una vez por semana) para corregir e integrar bien las lecciones que el recién convertido ha completado en casa. De aplicarse en forma individual, es preferible que el discipulador sea del mismo sexo, o bien estar presente el matrimonio (para evitar el dar lugar al diablo). Por lo demás, algo importante que debemos destacar, es que cualquier enseñanza ofrecida como doctrina deberá tener suficiente base bíblica.

2. Enseñarle a comprender y compartir la Palabra en forma básica

– Es preciso enseñarle algunas reglas básicas de estudio bíblico: como por ejemplo leer el pasaje varias veces; hacerle preguntas al texto; aplicar el sentido común; leer el contexto; utilizar siempre una concordancia para la preparación de cualquier tema, o aprender a utilizar los comentarios. Todo ello visto como recomendaciones útiles de primer orden, para que no solamente el discípulo pueda entender el contenido bíblico, sino también compartir en forma básica la Palabra de Dios.

3. Orientación para que pueda adquirir y leer buena literatura cristiana

– Leer es un hábito saludable. Con la lectura adquirimos más conocimientos, nuevas ideas, y mejor comprensión de la vida. Asimismo ampliamos nuestra visión de la propia existencia, enriquecemos nuestro vocabulario y creatividad, al tiempo que nos forma como personas dándonos más soltura y confianza; y como resultado, nos ayuda a mejorar la calidad de nuestra comunicación.

– Pero, si hablamos de lectura cristiana, estamos reforzando todavía más nuestra vida espiritual, dado que Dios siempre ha utilizado los dones de enseñanza otorgados a su iglesia. Y el resultado de esos dones también está impreso en los libros.

– Buena costumbre es compartir con los demás lo aprendido, y recomendar los buenos libros leídos, para que así otros puedan beneficiarse de su contenido. Hay que ser muy selectivo y escoger, principalmente, literatura que sea de contenido bíblico y doctrinalmente correcto, que además de aplicación práctica.

4. Orientación sobre herramientas de Internet

– Aparte de la Biblia y material literario, Internet es una herramienta que bien utilizada resulta de gran bendición espiritual. Es necesario recomendar páginas webs que conozcamos bien, así como blogs, música, artículos, predicaciones, radio, vídeos, películas, material para niños, etc. También existen biblias, concordancias, comentarios, o diccionarios electrónicos, entre otros materiales, que se pueden descargar o escuchar online, y que de seguro aportaran edificación espiritual, que además ahorrarán tiempo y dinero.

5. Un programa básico de formación bíblica

– Una vez concluido el discipulado cristiano, se puede recibir en la iglesia un programa básico de formación bíblica impartido por un hermano preparado. Éste incluirá las enseñanzas básicas de la doctrina cristiana, a saber, teología sistemática en forma resumida y básica: acerca de Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo, el hombre, el pecado, la salvación, la iglesia, el futuro, etc.

6. Un curso completo de formación bíblica y teológica

– En forma presencial (la iglesia o Instituto bíblico); a distancia (por Internet), o en forma autodidacta (en caso de que tenga capacidad y buenas bases). No obstante, resulta recomendable adherirse a un programa de formación bíblica ya elaborado, dado que al estar diseñado y ordenado, el interesado se ahorra el tiempo de tener que prepararlo.

LA PRESENCIA DEL MAESTRO PROMETIDA

– La presencia del Maestro Jesucristo nos acompaña a lo largo de toda la vida. Su presencia hace posible la efectividad de nuestra labor, dado que son las fuerzas y el poder de Cristo, aquello que realmente precisamos para obtener un ministerio con plena excelencia. Por otro lado, de Él recibimos el amor, el gozo y la paz, además del consuelo necesario para mantener la firmeza, y así no decaer cuando vengan las dificultades en el camino que representa la vida cristiana.

El Maestro Jesucristo prometió a todos sus discípulos: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28:19,20).

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