Introducción. Algunas preguntas habituales

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¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida y cómo puedo conocerla? se preguntan muchos hoy… Como no siempre encontramos respuestas fáciles, resulta necesario conocer todas las señales e indicaciones que se hallen a nuestro alcance; principalmente aquellas que la Santa Biblia nos proporciona, así como las que el Espíritu Santo pudiera proveer. Y todo ello, con el objeto de comprender cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2).

Si reconocemos que tanto la vida del cristiano, como sus circunstancias personales, forman parte de un programa cuidadosamente planificado por el Creador, entonces debemos preguntarnos, por ejemplo, si está predestinado nuestro lugar de nacimiento, la familia, los amigos o enemigos, la salud o la enfermedad, el compañero/a, el empleo, la iglesia, el ministerio cristiano, etc. De ser cierto, ¿cómo puede saberse?

A través de las reflexiones bíblicas del presente libro, hallaremos suficiente luz para resolver muchas dudas, y llegaremos a conclusiones adecuadas sobre un tema tan controvertido como es «conocer la voluntad de Dios»; entendida, sobre todo, desde su aplicación especial en la vida de cada cristiano.

INTRODUCCIÓN

La voluntad de Dios, en su expresión individual hacia cada persona, puede plantearse en diferentes áreas de la vida y de múltiples formas. En la Biblia se distingue como la «multiforme gracia de Dios» (1 P. 4:10). Por ello, se hace necesario abordar el tema con la mente abierta, y aplicando sensatez a la hora de concluir en aquellas enseñanzas que resulten complicadas de entender.

¿Cuál es la voluntad de Dios y cómo podemos conocerla? es un tema que genera no poca controversia, máxime si queremos reconciliar la soberanía del Creador con la responsabilidad humana. Con todo, una de las ocupaciones más importantes para el creyente en Cristo, es conocer la voluntad de Dios en relación con su vida privada y personal.

Antes de entrar en materia, habremos de aceptar que existen infinidad de propósitos celestiales que se cumplen incondicionalmente en todo ser humano, sea creyente o incrédulo. Éstos han sido previamente diseñados por el Creador, y en ningún caso dependerán de las acciones o determinaciones personales, sean correctas o incorrectas. Así, todo hijo de Dios queda sujeto a ordenanzas divinas inamovibles, que son aplicables a su nueva condición espiritual. Luego, con independencia de nuestros hechos (buenos o malos), a la final el Todopoderoso cumplirá fielmente su programa, y nuestra obediencia o desobediencia no alterará en ningún caso sus planes. «Todo lo que Jehová quiere, lo hace…» (Sal. 135:6).

Ciertamente la soberanía de Dios es incondicional. Pero, por otro parte, y en sentido complementario, también encontramos en la Biblia una dimensión de los preceptos divinos que son enteramente condicionales, esto es, condiciones de vida establecidas por Dios para que cada uno las cumpla de forma voluntaria. Y el hombre (término general para  designar al ser humano –hombre y mujer–) es responsable de sus decisiones. De manera que la invitación de Dios a todo ser humano, es para conocerle, obedecerle, amarle y servirle. Es la voz incesante en la llamada del Creador hacia su criatura… Un ejemplo personalizado de ello, lo hallamos en el llamamiento que hizo a su siervo Josué: «Si mal os parece servid a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis». A lo que Josué respondió: «Yo y mi casa, serviremos a Jehová» (Jos. 24:15).

No hay otro cometido para aquel que haya conocido a Jesucristo como Señor y Salvador, que el de hacer la voluntad de Dios; razón suficiente para conocerla, creerla y obedecerla. Fue precisamente la tarea planificada desde la eternidad por Jesucristo: «Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (He. 10:7). Tarea tan gloriosa llevó a la práctica en todo su ministerio terrenal: «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Jn. 5:30).

Pensemos en nuestro destino, porque toda persona se halla contenida en uno de los dos grupos, y no existe un término medio: o «dentro», o «fuera» de la voluntad de Dios, en el aspecto condicional mencionado. El Maestro dijo a sus discípulos en forma condicional: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Jn. 14:15). El Señor no admite negociaciones intermedias. Si Él mismo advirtió que «ningún siervo puede servir a dos señores» (Lc. 16:13), entonces, ¿cómo saber en realidad a qué señor estamos sirviendo?

Lejos de ser desagradable, fastidiosa, o aburrida, el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida debería resultar siempre agradable. El escritor del salmo da buena cuenta de ello: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado» (Sal. 40:8).

Ahora bien, aun tomando voluntariamente una determinación positiva, no debe sorprendernos si en nuestro recorrido cristiano notamos los llamados «altibajos», es decir, el acercarnos o alejarnos –por momentos– en el cumplimiento de su voluntad. Y es en esa medida de acercamiento o alejamiento, que comprobaremos los beneficios o perjuicios derivados de nuestro buen o mal hacer; de vivir, en mayor o menor grado, según los mandatos divinos. El apóstol Pablo, dirigiéndose a los cristianos del primer siglo, presenta la misma idea: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gá. 6:7). Esta advertencia bíblica, expuesta en forma condicional, representará la orientación bíblica que vamos a destacar a lo largo de las siguientes páginas.

Dado que el estudio de la voluntad de Dios es un tema amplio y lleno de complejidad, centraremos gran parte de nuestras consideraciones en torno a lo que llamamos la «voluntad condicional de Dios». Todo ello, finalmente, examinado en función de los principios establecidos por las Sagradas Escrituras, y desde nuestra perspectiva temporal y humana.

ALGUNAS PREGUNTAS DE ORDEN GENERAL

Seguidamente expondremos algunas preguntas de carácter general, para así tener un panorama definido sobre los planteamientos, muchos de ellos prácticos, que generan inquietud en el pueblo de Dios. Es probable que el lector pueda identificarse con algunos de estos interrogantes.

SOBRE LA VIDA ORDINARIA. Algunos se preguntan respecto de su apariencia física: ¿Por qué no soy tan agraciado/a como…? ¿Dios se olvidó de mí? Acerca de las capacidades intelectuales: ¿Por qué no soy tan inteligente como…? El lugar de residencia: ¿Por qué nací en este país y no en otro mejor? Sobre la familia con la que viví gran parte de mi vida: ¿Tiene sentido haber nacido en tal familia, con unos padres y hermanos determinados?

LA PREPARACIÓN ACADÉMICA, EL EMPLEO. Aquel creyente que se propone estudiar en la Universidad, ¿cómo sabe qué carrera ha de escoger? ¿Dios se preocupa de la formación académica, o por el contrario está ocupado en cosas más importantes? En la búsqueda de trabajo, nos preguntamos: ¿El Señor proporcionará a sus hijos un empleo digno, o es materia ajena a su propia voluntad?

CONFLICTOS FAMILIARES, MATRIMONIALES.  Las vinculaciones familiares en ocasiones se hacen poco llevaderas, y son demasiados los conflictos habidos entre padres e hijos. La relación de algunos jóvenes con sus padres se muestra demasiado tensa, y por momentos prácticamente insoportable. ¿Cuál es la voluntad de Dios, que se siga soportando abnegadamente, o bien se debe optar por ser independiente de la familia? En este punto, como en otros, ¿Dios enseñará a sus hijos el camino que han de escoger? Visto desde la convivencia matrimonial, qué ocurre cuando existen discusiones importantes en la pareja, y se llega a un límite en el que se preguntan: ¿Hemos de separarnos? ¿Cuál es la decisión que se ha de tomar al respecto?

LA SALUD, LA ECONOMÍA. ¿Por qué muchos cristianos que han sido ejemplo de piedad y de servicio a Dios, a la vez han soportado graves enfermedades, injusticias, o padecimientos extremos? ¿Es esto realmente voluntad de Dios? Además, ¿por qué el Señor bendice a unos más que a otros con bendiciones materiales? ¿Es voluntad de Dios que el cristiano tenga escasez? ¿Está ya predeterminada su posición económica en esta vida?

LA SOLTERÍA, EL NOVIAZGO. ¿Es verdad que Dios tiene preparado el compañero o la compañera idónea? O, ¡encontrarlo es una cuestión más bien de suerte…! ¿Por qué mi hermano, amigo, se casó joven, y yo con cierta edad todavía sigo esperando? Por otro lado, estoy conociendo a un/a joven de la iglesia, del/a cual estoy enamorado/a. Pero, ¿es voluntad de Dios que me case con él, con ella? ¿Cómo puedo saberlo…?

LA IGLESIA, EL SERVICIO CRISTIANO. Cuando las desavenencias entre los creyentes son demasiadas, la duda se presenta en forma lógica: ¿He de permanecer fiel a mi actual iglesia local, o he de buscar otra comunidad donde congregarme? ¿Por qué no encuentro mi lugar en la iglesia? ¿Está el Señor dirigiendo mis pasos en esta cuestión? Acerca de las decisiones ministeriales, también algunos se preguntan: ¿He de estudiar en un instituto bíblico? ¿Es verdad que Dios me llama a la obra misionera, o sólo es una impresión personal subjetiva en decisión de espíritu aventurero? ¿Cómo puedo saber si he de ser misionero, pastor, predicador…?

Al día de hoy no son pocos los cristianos que mantienen permanentes dudas sobre los planes de Dios en relación con su vida personal. Con la toma de importantes decisiones –por no decir cruciales–, parece acompañarles la consiguiente inseguridad, al tiempo que les invade una extrema preocupación que no logran controlar. Y, en vista de que no encuentran respuestas, o bien no se cumplen sus deseos personales, en ocasiones el resentimiento, contra Dios y contra los demás, logra instalarse en el corazón por largo tiempo. Algunos, con tal estado de incertidumbre y confusión espiritual, optan por apartarse de la iglesia, o lo que es peor, del Señor de la iglesia… Para evitar cualquier insensatez, sigamos la recomendación bíblica: «Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor» (Ef. 5:17).

¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida? se preguntan muchos hoy… Como no siempre encontramos respuestas fáciles, se hace obligatorio distinguir bien las indicaciones bíblicas, así como aquellas señales que el Espíritu Santo pudiera proveer. Todo ello con el objeto de comprobar, en la práctica de la vida cotidiana, la siempre agradable y perfecta voluntad de Dios prometida en su Palabra, que asimismo conlleva su especial guía y dirección en todas las cosas.

En cuanto a la providencia divina, el Dr. Packer apunta lo siguiente: «Es imposible dudar de que la dirección divina sea una realidad destinada y prometida a todo hijo de Dios. Los cristianos que no la conocen evidencian por esto mismo que no la buscaron como debían. Es razonable, por lo tanto, que nos preocupemos por saber si somos receptivos a la dirección de Dios, y que procuremos aprender cómo se obtiene».

A las preguntas planteadas en este apartado (más las que el lector desee añadir), deberemos hallar respuestas adecuadas. Sólo así lograremos aportar estabilidad a nuestra vida cristiana, y también la capacitación necesaria para ayudar convenientemente a los demás, esto es, a los que todavía no conocen el maravilloso plan que Dios ha preparado para aquellos que le aman. «El mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:17).

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